University of La Rioja, Spain | Published: 17 March, 2022
ISSUE 17 | Pages: 101-114 |


2022 by Carlos Villar-Flor |
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One of the most recent historiographical contributions on the participation of the Irish brigade recruited by General Eoin O’Duffy in the Spanish Civil War is Tim Fanning’s edition of The Salamanca Diaries (2019), an extensively annotated selection of texts taken from the profuse personal diaries of Father Alexander McCabe, rector of the Irish College in Salamanca during the war period. Through his laborious analysis of the huge handwritten material, in quite illegible and tight handwriting, Fanning has rescued an essential source for the reconstruction of the events that accompanied this irregular adventure of the Irish volunteers who came to Spain in 1936 to fight on the Franco side.
Una de las más recientes aportaciones historiográficas sobre la participación de la Brigada irlandesa reclutada por el general Eoin O’Duffy en la Guerra Civil española es la edición a cargo de Tim Fanning de The Salamanca Diaries (2019), una selección extensamente anotada de textos tomados de los profusos diarios personales del padre Alexander McCabe, rector del Colegio de los Irlandeses de Salamanca durante el periodo bélico. Mediante su laborioso análisis del ingente material manuscrito, en letra bastante ilegible y apretada, Fanning ha rescatado una fuente imprescindible para la reconstrucción de los hechos que acompañaron esta irregular aventura de los voluntarios irlandeses que vinieron a España en 1936 a luchar en el bando franquista.
Brigada irlandesa; Eoin O’Duffy; Alexander McCabe; The Salamanca Diaries; Guerra civil española
El padre Alexander McCabe (1900-88) ocupó el cargo de rector del Colegio de los Irlandeses, también conocido como Palacio Fonseca, de 1935 a 1949, y en este tiempo mantuvo un diario personal minucioso en el que registraba los hechos que presenciaba y las personas con las que trataba. Descrito como un hombre “precise, practical, not at all imaginative or sentimental” (McCullagh 1937: 158), McCabe fue testigo de la llegada de la Brigada irlandesa a España, y a través del capellán de esta, Fr. Joseph Mulrean, conoció de cerca varios aspectos de la vida de la unidad que le provocaron agudas anotaciones en sus diarios. El reciente estudio de Tim Fanning aporta nuevas luces sobre la formación irlandesa y presenta una perspectiva que complementa o desmiente la ofrecida por el general al mando de aquella, Eoin O’Duffy, en su libro Crusade in Spain (1938), un intento de justificar sus decisiones ante la opinión pública irlandesa de su tiempo.[1]
La Brigada irlandesa
Tan solo unas semanas después del estallido de la Guerra Civil española, el general Eoin O’Duffy (1890-1944) concibió la idea de promover la formación de una brigada de voluntarios irlandeses en apoyo del bando franquista. En 1936 O’Duffy era una figura con una notable trayectoria política que ya había conocido el encumbramiento y la amargura del desprestigio. Su vida pública se remonta a la guerra de independencia irlandesa fraguada a partir del Easter Rising en 1916. Estuvo al mando de una sección del IRA en el condado de Monaghan, y fue uno de los hombres de confianza del célebre Michael Collins. Durante la guerra civil que siguió a la declaración del Estado Libre de Irlanda, O’Duffy se mantuvo fiel a la opción de Collins, y desempeñó el cargo de general en el ejército protratado, que resultó vencedor. Al terminar el conflicto, fue nombrado comisario de la Gárda desde 1922 hasta 1933. Así como el nombramiento parece una recompensa por su servicio en el bando vencedor, su destitución posterior estuvo relacionada con el ascenso al poder de Eamon de Valera, líder del partido antitratado Fianna Fail, que ganaba en las urnas una década después de perder por las armas. Por añadidura, durante su mandato al frente de la Gárda, O’Duffy se había labrado una reputación como detractor de la democracia parlamentaria, e incluso de conspirar entre sus contactos en el ejército y la policía para impedir que Fianna Fail llegara al poder.
Así, a partir de 1933 un defenestrado O’Duffy se sintió excluido del rumbo tomado por la política irlandesa, y su lucha adquirió un marcado carácter opositor no solo al republicanismo del Fianna Fail y el nuevo IRA de tendencia izquierdista, sino también a la irrupción del comunismo en la vida política irlandesa. Con un grupo de antiguos compañeros protratado fundó Army Comrades Association, más tarde conocidos como National Guard o blueshirts, con el fin de mantener el orden social frente a un posible terror republicano.[2] Con una estética afín al reciente fascismo europeo, los blueshirts protagonizaban enfrentamientos callejeros contra activistas del IRA, recién legalizado por De Valera, que boicoteaban sus actos al grito de “No free speech for traitors”. En septiembre de 1933 O’Duffy se hallaba en la cúpula fundadora de un nuevo partido de oposición, el Fine Gael, que aglutinaba a los partidarios del derrotado Cumman na nGaedheal, el National Centre Party, y los blueshirts. Sin embargo, su retórica radical, que amenazaba con erradicar la democracia parlamentaria e invadir Irlanda del Norte, provocó su destitución como líder en 1934 y su reemplazo por W.T. Cosgrave, un timonel más moderado. La última formación política que fundó O’Duffy fue el llamado National Corporate Party (NCP), más conocido como los greenshirts, y con unas simpatías más explícitas por el fascismo. Así, cuando llega el verano de 1936, O’Duffy era una figura política que había perdido lustre como líder de la oposición al republicanismo escorado a la izquierda. El estallido del conflicto español, que se siguió en la opinión pública internacional como un enfrentamiento entre comunismo y fascismo, acaso precursor de una segunda contienda mundial, le planteó una nueva posibilidad de dejar huella. El nuevo frente estaba en España.
En Crusade in Spain, publicado en 1938, O’Duffy aportó una vehemente justificación de su apoyo al bando sublevado, denunciando la persecución de la Iglesia católica a partir de la subida al poder del Frente Popular, y alertando de los planes del comunismo internacional para hacer de España su primer laboratorio. Citando autoridades tan dispares como el cardenal Hayes de New York o el expresidente Alejandro Lerroux, O’Duffy sostiene que no se trata de un levantamiento fascista contra el orden legítimo, como la prensa internacional lo definía, y alega que el gobierno de España había perdido la legitimidad por haber sido incapaz de garantizar “the protection of life and property”, y por haber infringido “such rights of the citizens as the free exercise of religion, and the right to hold property”. De esto concluye el jus ad bellum: “Laws passed contrary to these fundamental rights have no moral binding force whatsoever, and the people are bound to resist them even to the extent of armed revolt” (O’Duffy 1938: 37). En el capítulo V, O’Duffy disecciona la infiltración soviética en la política española, y el “manual de acción” diseñado a partir de 1931-32 con el nacimiento de la nueva república. Menciona ejemplos de revueltas locales, atentados y violencia anticlerical en los que, en su opinión, latía la mano de Moscú. También se refiere a las elecciones de 1936: si en el capítulo IV sostiene que el gobierno había perdido su legitimidad, en el V defiende que llegó al poder mediante fraude electoral. Esboza el clima de terror creado en este punto, y en especial la sangrienta persecución de la religión, alentada, o al menos tolerada, desde las instituciones. Todo este planteamiento va orientado a justificar ante el lector contemporáneo su opción por el bando franquista, y constituye el núcleo del tono de cruzada que preside el libro desde su título.
Sin embargo, la iniciativa de crear una brigada irlandesa no provino originalmente de O’Duffy. En el libro menciona un noble español asentado en Londres y vinculado al carlismo,[3] quien había escrito al cardenal MacRory, primado de Irlanda, proponiendo la idea. MacRory a su vez le recomendó acudir a O’Duffy, a quien describió como “a chivalrous, courageous, upright man, and a good Catholic, and above all a fine organiser” (Walsh: 206). Parece que en algún punto de este proceso el cardenal se entrevistó con O’Duffy en Rosslare y se llegó a algún tipo de acuerdo (Stradling 1999: 7). En un escrito publicado el 10 de agosto en el Irish Independent, el diario que le apoyará de modo habitual, O’Duffy expuso la idea de crear una brigada irlandesa en apoyo de Franco, no tanto como ayuda decisiva sino como un modo de provocar reacciones favorables internacionalmente. “[T]here are thousands of young men here who would cheerfully answer the call to join the crusade” (Irish Independent, 10 agosto 1936, citado en Stradling 1999: 6).
El efecto de esta propuesta no se hizo esperar. Según O’Duffy, recibieron unas siete mil cartas de voluntarios dispuestos a embarcarse,[4] y, apoyado en la infraestructura del NCP, dispuso el procesamiento de las solicitudes y la correspondencia con sus remitentes. Al poco tiempo se dirigió a España para conseguir el beneplácito del mando sublevado, que aprobó el proyecto de Brigada Irlandesa en torno al 29 de septiembre. La buena acogida que tuvo la iniciativa de O’Duffy entre la población irlandesa se explica mejor en el contexto de alarma ante las noticias de los desmanes anticlericales que llegaban desde España.[5] Algunos testimonios de voluntarios que exponen sus motivaciones para embarcarse señalan como prioritaria la reacción ante las noticias de atrocidades cometidas contra sacerdotes y religiosas.[6] La Iglesia católica irlandesa se hizo eco de esta alarma entre la feligresía. O’Duffy hace en su libro un recorrido por las alocuciones de los obispos españoles y de otros de peso en el mundo de habla inglesa, tales como el cardenal Hayes de Nueva York, el obispo de Gibraltar o el cardenal MacRory, quien declaró que “[t]here is no room any longer for any doubt as to the issues at stake in the Spanish conflict. […] It is a question of whether Spain will remain as she has been so long, a Christian and Catholic land, or a Bolshevist and anti-God land” (O’Duffy 1938: 39).[7]
Los primeros pasos de O’Duffy para organizar la Brigada chocaron con el recelo del gobierno irlandés, presidido por su enemigo político Eamon de Valera. Amparado en el acuerdo de neutralidad, el Gobierno se desentendió en un principio de cualquier ayuda militar a los bandos beligerantes en España, y más tarde legisló expresamente contra la movilización de voluntarios, algo que a O’Duffy le parecía contradictorio con la inspiración católica del Estado Libre. En cualquier caso, le movió a dar los sucesivos pasos con exquisita discreción. Así, los casi setecientos voluntarios llegaron a Cáceres, sede de la Brigada, evitando la publicidad en cinco tandas sucesivas de noviembre a diciembre, la mayoría de ellas aprovechando líneas de pasajeros que salían de Liverpool. Una vez agrupada la Brigada en Cáceres, a principios de diciembre comenzó la fase de instrucción. Integrada en la Legión como la XV Bandera (o batallón), bajo el mando del comandante Patrick Dalton, constaba de cuatro compañías, tres de fusileros y una de ametralladoras. La descripción que hace O’Duffy en el capítulo IX de la vida en los cuarteles se antoja un tanto idílica: los oficiales españoles los orientaban con una diligencia ejemplar, el gobernador militar de Cáceres se ocupaba personalmente de las necesidades de la Brigada, los soldados acudían a misa incluso a diario y su piedad resultaba edificante para el entorno civil y militar, la comida era excelente, celebraban las navidades y el día de Irlanda entre los parabienes de los anfitriones, y se sucedían todo tipo de actos colectivos, oficiales, festivos, religiosos y de entretenimiento. Debido a que “the textiles and the factories were in the hands of the enemy”, el uniforme confeccionado a la XV Bandera no resultaba de excelente calidad, pero, a ojos de O’Duffy, “the Irishmen, because of their erect bearing and fine physique, to me looked smarter on parade than any other soldiers in Spain” (1938: 112). Sin embargo, los historiadores parecen coincidir en que O’Duffy no se involucró demasiado en la marcha de la instrucción. Durante estas semanas el general viajó frecuentemente por la España nacional y disfrutó de su eventual estatus de personalidad militar, acaso desentendiéndose excesivamente de la calidad de la formación recibida por sus soldados. Keene describe cómo O’Duffy gustaba de dejarse ver por el bullicioso Gran Hotel de Salamanca, lugar de encuentro de legionarios, falangistas o aviadores alemanes (Keene 2002: 89), y Crusade in Spain deja traslucir la fascinación que sentía por los actos solemnes – civiles, militares, religiosos o de otra índole –, en los que invariablemente se sentía obligado a pronunciar unas palabras.
Sin embargo, esta vida relativamente confortable no podía durar mucho. El 16 de febrero de 1937, la unidad recibió su primer destino en el frente bélico. Según el optimista O’Duffy, los instructores especializados habían calificado a los soldados irlandeses como “thoroughly efficient, and well prepared to go into action” (1938: 133). El corresponsal de guerra Francis McCullagh anotó que, por primera vez desde que le conocía, el general le saludó “in the best of health and humour, and as pleased at getting to the front as a schoolboy at getting home for the holidays” (McCullagh 1937: 261). Tras un largo viaje en tren lleno de incidencias, se bajaron en Torrejón de Velasco la tarde del 18, y de aquí siguieron a pie unos veinte kilómetros más hasta Valdemoro. Al día siguiente se produjo el primer cruce de fuego en el camino a Ciempozuelos: se trató de un equívoco en el que un destacamento de la Bandera respondió al tiroteo de una unidad franquista procedente de las Islas Canarias, que les tomó por enemigos. Este absurdo encuentro se cobró la vida de los primeros irlandeses, el teniente Hyde y el soldado Dan Chute, además de dos oficiales y siete soldados españoles.
Según Crusade in Spain la ocupación de Ciempozuelos, un extenso frente a lo largo del margen oeste del río Jarama, causó consternación entre los hombres. La primera impresión de ser un pueblo fantasma sembrado de cadáveres en descomposición fue desoladora, y una de las primeras tareas que hubieron de llevar a cabo los recién llegados fue enterrar a los muertos. Circulaban historias sobre el terror republicano que sin duda contribuyeron a erizar la piel de los novatos combatientes (Stradling Papers P13/10: 105). Además de este ambiente fantasmagórico y de los ataques periódicos del enemigo, incluso de compatriotas irlandeses (Rodríguez Celada 2008: 104-5),[8] los hombres de O’Duffy hubieron de soportar las inclemencias del invierno madrileño en unas trincheras mal construidas que no protegían del viento ni de la lluvia. Empapados, sin mudas de uniforme ni calzado adecuado, expuestos a disparos, lluvia, pulmonías e incluso a los piojos, los irlandeses resistieron doce semanas entre este destino y el siguiente.
El 13 de marzo marcó un punto de inflexión en la actividad de la Bandera. Se les ordenó dejar las trincheras y avanzar hacia el pueblo de Titulcia, un bastión republicano fuertemente armado, para distraer la atención del enemigo mientras dos destacamentos franquistas atacarían por el norte. A las cinco de la mañana otras unidades les relevaron en las trincheras, y la Bandera irlandesa avanzó desde Ciempozuelos bajo intenso fuego enemigo por una amplia llanura sin apenas posibilidades de ponerse a cubierto. Desde su puesto de observación, O’Duffy contempló consternado el avance lento de sus hombres entre el infierno de explosiones y humareda. A mediodía pensó que debía de haber perdido entre doscientos y trescientos soldados, y bajó al terreno para comprobarlo, si bien le alivió descubrir que no había aún ningún muerto y solo unos pocos heridos. Al anochecer, una vez llegados al linde del Jarama, la Bandera retrocedió sobre sus pasos y regresó a Ciempozuelos. Los soldados volvieron agotados y empapados, pero a la madrugada siguiente O’Duffy recibió la orden de movilizar a sus tropas de nuevo en dirección a Titulcia, esta vez no para distraer al enemigo sino para asaltar esta localidad fuertemente militarizada. Pero el general estaba convencido de que era una misión suicida, y, tras convocar un consejo con su plana mayor, comunicó al mando superior, el general Saliquet, que la Bandera irlandesa no iba a cumplir la orden recibida. Parece claro que este momento marcó el declive de la unidad. En su libro O’Duffy mantiene que más tarde Franco le renovó su confianza y le confirmó que su postura había sido la correcta dadas las circunstancias, una afirmación muy discutible. El 23 de marzo la Bandera fue reasignada a La Marañosa, a doce kilómetros de Madrid, un pueblo de pequeñas dimensiones pero importancia estratégica, muy cerca del Cerro de los Ángeles y también de una planta química de cierta relevancia. Los irlandeses tuvieron que ocupar una larga línea defensiva expuesta al alcance de los proyectiles enemigos desde una colina que dominaba el acceso a las trincheras y refugios. La Bandera contaba con seis baterías de artillería de apoyo y cierto número de cañones antiaéreos, pero esto hacía que sus líneas fueran objetivos prioritarios de la artillería y aviación republicanas (Othen 2007: 203). Además del hostigamiento enemigo, el otro gran inconveniente era la escasez de agua. También O’Duffy comprobó los estragos que las condiciones de los últimos días habían causado a sus hombres: de los ciento cincuenta hospitalizados, cuatro fallecerán pronto por secuelas, lo que se añade a los dos fallecidos por “fuego amigo” y otros cuatro en la operación del 13 de marzo.[9]
En abril de 1937 la Bandera empezó a replegarse para volver a casa. O’Duffy lo explica en su libro como un desarrollo natural, dado que el periodo máximo de estancia pactado era de seis meses. Además, menciona que Franco se vio en la obligación diplomática de repatriar al centenar de menores que habían sido reclamados por el gobierno irlandés, el cual, siempre según el relato de O’Duffy, parecía empeñado en desbaratar el proyecto. En efecto, en febrero de 1937 el Dáil se había apresurado a aprobar la Ley de No-Intervención en la Guerra Civil española y a ponerla de inmediato en vigor; por tanto, los voluntarios que partieran de Irlanda para luchar en España cometerían un delito punible con duras sanciones. Así, la Bandera, mermada por los caídos, los hospitalizados y los cien menores a punto de ser repatriados, no alcanzaba los mínimos exigidos en el Ejército español para formar una unidad con personalidad propia. Sin embargo, hay motivos para sospechar que quizá Franco se aprovechara de los requerimientos del gobierno irlandés para deshacerse de un lastre en su maquinaria bélica. Es probable que, durante el destino de la Bandera en Ciempozuelos, Franco fuera plenamente consciente de que los irlandeses no reunían las condiciones de entrega y reciedumbre que se requerían, no solo de la Legión, sino del resto de las fuerzas. Para colmo, a diferencia de los otros aliados franquistas, la financiación de los irlandeses recaía exclusivamente en la Intendencia Mayor, que no solo corría con el equipamiento, uniformidad y manutención, sino también con el sueldo incrementado de los legionarios. El 24 de marzo el coronel Yagüe realizó una visita sorpresa al emplazamiento de la XV Bandera en La Marañosa y, acto seguido, redactó un informe recomendando su disolución y repatriación. Franco demoró su decisión tras el informe de Yagüe, y en este tiempo recibió una larga carta de O’Duffy, fechada el 9 de abril, en la que a su vez proponía la disolución de la Bandera (AGMAV, C.2379, 156, 24). Según él, expuso las exigencias de su gobierno a Franco y este comprendió que no había más salida que la disolución. A continuación, se personó en La Marañosa el 17 de abril y explicó la situación a sus hombres, recordándoles que quien quisiera permanecer podría ingresar en otra unidad. 654 manifestaron su deseo de regresar, dos poco tiempo después, y solo permanecieron unos pocos. Tras un periodo de descanso en Talavera, sede de la Legión, a donde llegaron en torno al 24 de abril, y después en Cáceres a partir del 10 de mayo, la Bandera se preparó para la repatriación. A pesar de la irrevocable decisión por ambas partes, los trámites se demoraron más de lo previsto, y conseguir el barco para el regreso resultó una ardua tarea. Finalmente, zarparon el 17 de junio, y llegaron a Dublín el 22.[10]
Primeras impresiones del padre McCabe
Las anotaciones del diario del padre Alexander McCabe, ahora disponibles gracias a la edición de Tom Fanning, revelan perspectivas inéditas sobre la vida de la Brigada irlandesa. Aunque no llegó a estar presente en el frente de Ciempozuelos o La Marañosa, mantuvo un contacto continuo con la formación, bien por su relación epistolar con el padre Mulrean o con algunos combatientes, bien por sus encuentros con O’Duffy, que viajaba con frecuencia a Salamanca, o, más tarde, por su trato con heridos alojados en hospitales salmantinos.
Su primer contacto personal con la Brigada fue el 5 de enero de 1937. Joseph Mulrean había sido nombrado capellán un mes atrás, y pidió a McCabe que le ayudara a confesar a los soldados recién llegados y a impartirles la comunión, si bien parece que esperaban unos dos mil en lugar de setecientos. Aunque McCabe tenía plaza en el Hotel Álvarez, donde se alojaba O’Duffy y el estado mayor, la irrupción sin previo aviso del coronel Yagüe le arrebató la habitación. Su primera impresión de O’Duffy fue positiva: “He has the simple, friendly, hospitable way of all Irishmen with one another, and, especially, of Irish lay folk with their priests” (Diario 5/1/1937, Fanning 2019: 148). Anotó que ese día O’Duffy se explayó en una crítica a los errores del bando nacional, en especial del fracaso en la toma de Madrid. Por su parte, a juzgar por el comentario que hace en su libro, la opinión de O’Duffy sobre el sacerdote debió de ser positiva: “a perfect host, he possesses a remarkable knowledge of Spain and the Spanish people.” (1938: 242).
Al día siguiente Mulrean pidió a McCabe que predicaran la misa de la fiesta de Epifanía, a la que acudieron todos los hombres vestidos con sus flamantes uniformes verdes de la Legión (en realidad, restos del equipamiento alemán en la Primera Guerra Mundial). La iglesia de Santo Domingo, en el centro de Cáceres, estaba reservada para uso exclusivo de la Brigada. Mulrean, que ya desde muy pronto estaba preocupado por los excesos alcohólicos de los hombres, no muy habituados al vino, insistió en que el sermón fuera admonitorio, pero McCabe preferiría un tono más animante. Tiempo después, O’Duffy aún recordaría la homilía y la calificaría del “impressive”. Tras la misa fueron a desayunar al café Viena, que servía como punto de encuentro de los oficiales irlandeses, a quienes McCabe describió como “a friendly crowd […] manly, cheery, refined […] good companions”, comparando favorablemente el ambiente del Viena, “Irish and jolly”, con la tensión que se respiraba en el Hotel Álvarez. Poco después observó a los soldados marchando frente al gobernador militar, y se le antojaron “a bit baggy” con sus uniformes de tallas inexactas, hieráticos y novatos al dar el saludo militar, y acaso “too tense to be smart-looking and perfectly drilled. However, they looked athletic, clean and muscular and seemed to be a crowd that will give a tough account of themselves” (Diario 6/1/1937, Fanning 2019: 149).
En los dos días que permaneció en Cáceres, McCabe observó el contraste entre la religiosidad de los soldados irlandeses – que asistían a misa de diario en gran número, hacían visitas a la iglesia, rezaban el rosario y recibían la confesión y la eucaristía – y la de sus oficiales españoles, unos veintiséis en total, muchos de ellos aristócratas de origen irlandés. Aunque el bando franquista esgrimía su misión de cruzada en defensa del catolicismo, McCabe sacó la impresión de que pocos oficiales españoles manifestaban una auténtica piedad religiosa. McCabe también observó que los oficiales irlandeses, unos veinticinco, no tenían en gran estima a su capellán, a quien consideraban demasiado estricto en cuestiones sexuales, inquisitivo, y de una curiosidad morbosa; parece que les costaba confesarse sacramentalmente con Mulrean, pues desconfiaban de su discreción natural. Por el contrario, McCabe observaba que Mulrean era mejor recibido entre los oficiales españoles, a pesar de que estos le trataban con cierta guasa a sus espaldas. Para McCabe, la cultura del “macho hispano” propiciaba que ni siquiera los oficiales franquistas se tomaban en serio al pater, y ciertamente minusvaloraban a los oficiales irlandeses por dejarse intimidar.
Tras una visita a los cuarteles con Mulrean el 7 de enero, McCabe describió en su diario la limpieza y orden de los pabellones, el esmero de los soldados por limpiar su armamento y por mantener en orden sus equipos individuales, que incluían la máscara antigás. En los pabellones de oficiales, Mulrean y McCabe se encontraron con el subteniente Michael Weymes y tres médicos agregados a la Bandera, de los que McCabe escribió que uno estaba en cama “having a rest from alcohol”, y del otro que era “a mystic […] a bit crazy […] probably a drug addict” y que estaba convencido de que O’Duffy le había timado para venir a España (Fanning 2019: 155).[11] Luego prosiguieron por el exterior y, en el patio de armas, McCabe contempló a la compañía de ametralladoras recibiendo instrucción a cargo del capitán Seán Cunningham, veterano del ejército británico. Más allá un sargento dublinés formaba a su sección, mientras que un tercer grupo practicaba el asalto con bayoneta. Prosiguieron hacia los calabozos y vieron a un prisionero marroquí en su celda, quien les explicó que el motivo de su arresto había sido el asesinato de una prostituta. También vieron a un joven socialista capturado en el frente madrileño, que se negaba a hablar. En una segunda visita a los calabozos, McCabe conoció a dos desertores de Liverpool, y a dos irlandeses dementes, uno de los cuales tomaba un baño de sol invernal desnudo de la cintura para arriba.
En el capítulo IX, O’Duffy hace mención del avituallamiento de sus hombres, y afirma que “the food in Spain is very much like the food in Ireland, the only difference being in the manner of cooking and serving”, y que con un limitado presupuesto el “Quartermaster was able to provide very good fare”. Igualmente, asegura que “the only meals I really enjoyed were those cooked and served by our volunteers – splendid soup, real Irish stew, nicely-boiled potatoes, and all free form olive oil” (1938: 109-10). Sin embargo, la percepción del padre McCabe es bien diferente; a pesar de que la adscripción a la Legión les garantizaba el mejor sueldo y la mejor comida del ejército español, “the Irishmen were squeamish, and could not get used to [the food]. There was grumbling, too, against the Irish Quarter Master about supplies, and about the bad cooking”. A pesar de que en los días de Cáceres la vida era bastante tolerable, McCabe percibió que muchos ya añoraban su hogar y querían regresar: “The Irishmen, compared with the Spaniards, look soft, and they haven’t the hard, tough grain of the Spanish climate or the Spanish character”” (Diario 17/6/1937 y 7/1/1937, Fanning 2019: 154). Aun así, McCabe se aferraba a la esperanza de que la disciplina en la instrucción era buena y que el adiestramiento progresaba de la mano de veteranos del ejército británico.
Otro de los puntos de discrepancia se refiere a la acendrada ejemplaridad de los voluntarios irlandeses de principio a fin de su aventura. En su libro O’Duffy no encuentra nada que reprochar a “sus chicos”, y ni siquiera les consta que hubiera serios problemas con el alcohol: “I am proud to say that I did not observe one member of the Brigade under the influence of drink at any time, and I was in close touch with all ranks” (1938: 112). Por contra, tras su análisis de los escritos de McCabe, Fanning concluye que “drinking was the Irish Brigade’s main form of entertainment” (2019: 154), y que los oficiales españoles se escandalizaban de los excesos alcohólicos de los irlandeses, a quienes veían tan devotos en otras ocasiones. Aún más, las borracheras propiciaban enfrentamientos personales entre oficiales y soldados. El padre McCabe presenció algunas escenas cuarteleras, y anotó en sus diarios el encuentro con dos soldados magullados que acusaban a tres oficiales de haber entrado en su dormitorio “swearing and cursing” y de haberles amenazado de muerte antes de darles una paliza. Uno de estos soldados heridos declaró que, cuando estuvieran en el frente, dispararía a su oficial (Diario 7/1/1937, Fanning 2019: 156).
Parece que los primeros incidentes provocados por el alcohol sucedieron el día de la llegada del contingente más numeroso desde Galway, cuando a mediados de diciembre hicieron escala en Salamanca desde el Ferrol antes de partir para Cáceres. Entonces el obispo de Salamanca y las autoridades municipales les prepararon un recibimiento, y los soldados pudieron degustar vino local. Algunos no tenían hábitos vinícolas y, al parecer, volvieron al tren en estado lamentable (Fanning 2019: 146). Por su parte, el capellán castrense identificaba el alcohol como el principal peligro para el alma de su feligresía. Mulrean, escribió a McCabe el 2 de febrero de 1937 contándole que las autoridades militares españolas no se fiaban de enviar al frente a tantos hombres sin oficiales preparados para guiarlos, y aprovechaba para relatar que la asistencia a burdeles había incrementado, cuarenta salidas a la semana, que los soldados habían destrozado varias cafeterías y herido a un propietario, y que el prestigio de la Brigada estaba “below 0”, concluyendo que “drunkenness is a curse” (Fanning 2019: 158).[12] La bebida también provocaba conflictos personales, incluso entre oficiales y soldados, que para McCabe “were chumming together one day, and fighting their rows the next” (Diario 17/6/ 1937, Fanning 2019: 155). En estas trifulcas, los oficiales abusaban de su autoridad y solían incurrir en castigos arbitrarios y maltrato a los soldados, como el que recogió McCabe en su entrada de 7 de enero. Sin embargo, O’Duffy no parece haber reparado en estos problemas; en su libro no tiene más que palabras de elogio por la apostura, disciplina y piedad de sus hombres, y, si hay motivos de preocupación, estos se reducen a que el beicon y el jamón en España se sirven crudos, los huevos duros sin cáscara, el té verde sin azúcar ni leche, los postres son demasiado azucarados, y toda la comida – carne, pescado, vegetales, etc. – se ahoga en aceite de oliva. “The General has a silly horror of eggs cooked in olive oil. It is little trifles and ‘fads’ like this, to which the Irishmen should be quite accustomed by this time, that are helping to create mountainous troubles in the Brigade”, escribiría McCabe en abril de 1937 (Diario 30/4/1937, Fanning 2019: 175).
La disolución de la Bandera
Un lector de Crusade in Spain recibe la impresión de que, desde principio a fin, las autoridades españolas valoraban superlativamente la presencia y apoyo del contingente irlandés; O’Duffy dedica espacio a reproducir los textos apreciativos de Franco y otros altos mandos, tales como la carta del general Yagüe para felicitarles las navidades (1938: 119). Sin embargo, pronto se empezaron a percibir críticas del mando franquista a la Bandera, que fueron en aumento a partir del 14 de marzo: De nuevo, McCabe percibió tempranamente esta desconfianza. Así, describe una escena acaecida antes del fatídico 13 de marzo en la que lee entre líneas la crisis: el ministro plenipotenciario irlandés, Leopold Kerney, conversaba con el capitán González-Camino, oficial de enlace con la Brigada, y este le enseñó una carta enviada por el general Aranda en cuya postdata añadía: “¿Y esos irlandeses?”. McCabe presenció esta conversación entre González-Camino y Kerney y captó el tono de la pregunta como sintomático del desprecio que le merecía la Brigada al mando franquista: “a full translation would be, ‘And those damn, good-for-nothing Irish?’” (Diario 13/3/1937, Fanning 2019: 163; McGarry 2009: 305).
En el capítulo XIII O’Duffy refiere su entrevista con Franco en torno al 19 de marzo en Navalcarnero, sin duda consecuencia directa de los incidentes del 14, y de la inspección sorpresa que realizó Franco el 17, en la que O’Duffy se hallaba ausente. En su libro el general pone en boca del mismo Franco la confirmación de que su negativa a seguir órdenes había sido la opción correcta:
General Franco expressed the view that Titulcia could not be taken by direct attack from Ciempozuelos unless supported by strong flank attacks, and that several banderas working in co-operation would be necessary. He also confirmed by belief that the bridge was mined and that the town was a fortress.
I felt very happy after this interview, inasmuch as while I had succeeded in saving the lives of those who had shown so much loyalty and trust in my leadership, I had at the same time now received a renewal of the confidence of the Generalissimo th whom I was directly responsible. I shall probably never know who was responsible for the order, which under ordinary circumstances would have been so welcome, but which might well have had such disastrous consequences. (O’Duffy 1938: 163)
Sin embargo, resulta bastante inverosímil que la orden proviniera de un origen desconocido y oscuro, como parece dar a entender O’Duffy, y aún más que Franco ratificara su incumplimiento. Al contrario, según el padre Mulrean, informante de McCabe, en ese encuentro Franco reprendió a O’Duffy y le pidió explicaciones de los incidentes de disparos entre los propios voluntarios y de la generalizada indisciplina (McGarry 2009: 307). Como es de esperar, O’Duffy no reconoce haber merecido la disolución de su unidad. En el capítulo XX insiste en que no podía mantener por más tiempo la Brigada, en primer lugar, porque había un compromiso inicial de no extender el servicio más de seis meses (una condición que no aparece en el acuerdo firmado con el mando franquista, NLI, MS 48, 292/4), pero también por la falta de apoyo del Gobierno irlandés, que penalizaba la participación de sus ciudadanos en el conflicto y, además, exigía la repatriación de los menores de edad. Estos sumaban un centenar, y junto a los ciento veinte heridos convalecientes en hospitales, provocarían una merma de la capacidad de la Bandera por debajo del mínimo exigido para mantener su identidad propia. O’Duffy omite las contrapropuestas del mando franquista, que contemplaba seguir contando con los voluntarios irlandeses, pero bajo la condición de asignarles un comandante español de confianza.
Hubo algunos notables residentes en la Península que hicieron gestiones para mantener la presencia de sus compatriotas en España y reconciliar a O’Duffy con el mando franquista. Algunos de ellos fueron Richard Fitzgerald, obispo de Gibraltar, y Blanca O’Donnell y Díaz de Mendoza, duquesa de Tetuán. McCabe acompañó al obispo y a la duquesa en algunas de sus entrevistas, pero no parece que fuera partidario de tal medida. El 21 de abril conversó con el obispo Fitzgerald antes de que este solicitara una audiencia con Franco para pedirle que retuviera a la Bandera; McCabe no deseaba que Fitzgerald hiciera el ridículo, y le advirtió de que las autoridades españolas estaban descontentas con la disciplina de los irlandeses y la capacidad de mando de los oficiales. McCabe compartía esta visión, y estaba convencido de que la Bandera quedaba muy por debajo del estándar de la Legión, y que Franco, Yagüe y Mola no podían entender “‘the toom-fooling’ of the Brigade” (Diario 2/4/1937, Fanning 2019: 172). El 1 de mayo de 1937 McCabe y la duquesa de Tetuán se entrevistaron con O’Duffy para intentar salvar la permanencia de la unidad, pero el general se mantuvo inamovible, y en este encuentro defendió a sus oficiales y soldados de las acusaciones de alcoholismo aduciendo que todos eran individuos respetables, algunos incluso héroes nacionales, entendiendo como tales a los que habían luchado contra los británicos en el Alzamiento de Pascua de 1916, e incluso de comunión diaria y defensores de la abstinencia. McCabe apuntó, con su característica ironía, que estos últimos “probably are the very heavy drinkers” (Diario 1/5/1937, Fanning 2019: 176).
El 29 de abril el capitán Walter Meade, oficial de origen irlandés que transportaba a O’Duffy en sus desplazamientos, se reunió con el padre McCabe para elaborar una lista de medidas que podrían hacer factible la permanencia de la Brigada, tales como un mando español descendiente de irlandeses, nuevos uniformes, cambio de frente, incorporación dentro de las unidades carlistas en lugar de en el Tercio, cambio de oficiales de enlace… (Fanning 2019: 174). Pero, tras planteárselas a O’Duffy pocos días después, este de nuevo se negó a recular. McCabe y la duquesa de Tetuán volvieron a insistir el 2 de mayo, y O’Duffy volvió a negarse, esta vez con un tono áspero. Por último, la duquesa se entrevistó con el conde de Mirasol, secretario de Nicolás Franco, pero de nuevo resultó en vano (Fanning 2019: 179). Ni el mando nacional ni O’Duffy tenían interés en prolongar el fiasco.
Los motivos de O’Duffy
Otro de los méritos atribuibles a McCabe es su capacidad para detectar, en una fase muy temprana, la incapacidad de O’Duffy para liderar un contingente que pudiera desempeñar un papel decisivo en la contienda española, y la existencia de motivos personales para haber puesto en marcha el proyecto con el objetivo de ganar “importancia política en su país” (Thomas 1976: 522). La historiografía de habla inglesa reciente, entre la que destacan los estudios de Robert Stradling (1999) y de Fearghal McGarry (2009), no disimula su antipatía por la figura del general; así, McGarry no parece dudar de que su prioridad fuera en todo momento la autopromoción: “Although it is generally accepted that O’Duffy was primarily motivated by anti-communism and militant Catholicism, it seems more than likely that his principal considerations were self-interest, opportunism, and egotism” (McGarry 2009: 286). Ambos se apoyan en testimonios personales de contemporáneos del general que en un principio confiaron en él, pero pronto airearon su decepción. Así, el voluntario Peter Kemp, escribió: “Whatever the ostensible purpose of the Irish Brigade, he never lost sight of its real object, which was to strengthen his own political position” (Kemp 1957: 86). Eamon Horan acusó a O’Duffy de explotar a los caídos en combate para provecho de su propia imagen, y le culpó de que, lo que podía haber sido “one of the most glorious chapters to the pages of Irish history”, hubiera desembocado en la humillación y caída en desgracia de la Brigada; y Tom Carew compartió las críticas de su compañero de armas en las páginas del Irish Press (26/6/1937) tan solo cuatro días después del regreso del contingente a Dublín, y también atribuyó el fracaso al deficiente liderazgo de O’Duffy (McGarry 2009: 317).[13]
Otro de los que arrojaron lodo al líder fue Tom Gunning, otrora agente de prensa y secretario personal de O’Duffy. En un texto que envió al intelectual y político Desmond FitzGerald el 15 de julio declaraba que:
I should have known O’Duffy well enough to realise that he could and would make a mess even of this affair, which seemed so foolproof. I was very stupid, and I did a poor day’s work for both Spain and Ireland when I helped the insane, uncultured lout to put his flat and smelly feet across the frontier last October. (McGarry 2009: 317)
El padre McCabe relata cómo se entrevistó repetidas veces con Tom Gunning tras la marcha de la Brigada, y que, a pesar de haber roto ya traumáticamente toda relación con O’Duffy y de criticarle sin ambages, McCabe “could never get him – drunk or sober – to admit that the whole thing – the Brigade and the Christian Front, was a purely political ‘racket’” (Diario 6/7/1937, Fanning 2019: 184). Al parecer, la crítica de Gunning se centraba más en la incompetencia del general que en su deseo de autoservicio.
Por su parte, McCabe cambió su consideración de O’Duffy desde sus primeros encuentros, cuando apreció su “simple, friendly, hospitable way”, hasta las entradas de diario de meses posteriores donde anota que “he seems to have two separate halves in his brain. One of them belongs to a genial capable man, and the other to a plunging obstinate mule” (Diario 2/5/1937, McGarry 2009: 312); o cuando recoge que el general “never intended to die in Spain or for Spain” (Diario 25/4/1937, Fanning 2019: 172). El seguimiento de la actividad de O’Duffy durante su estancia en España parece confirmar la impresión de McCabe sobre su carencia de espíritu de combate. Tras su llegada a España en el Avoceta el 20 de noviembre al frente del segundo grupo de voluntarios, poco después regresó a Irlanda. El 9 de diciembre volvió a cruzar la frontera, y pasó algunas semanas alojado en el Hotel Álvarez de Cáceres, y, mientas aguardaba la llegada del contingente más numeroso, marchó de gira por los alrededores, en especial por Sevilla. Con la llegada del grueso de la tropa el 20 de diciembre se sucedieron numerosas jornadas de desfiles, actos oficiales, recepciones, discursos y solemnes celebraciones religiosas en las que O’Duffy disfrutó de su papel protagonista, como se desprende de las complacidas descripciones que realiza en Crusade in Spain, al tiempo que seguía haciendo escapadas de apariencia turística y disfrutando de la hospitalidad de nuevos amigos de la nobleza española, como el duque de Algeciras o su hermano el marqués del Mérito. Las navidades fueron un periodo de especial lucimiento, en el que, mientras los voluntarios estrenaban su uniforme de segunda mano heredado del ejército alemán, él hizo lo propio con el suyo hecho a medida. Las celebraciones del 31 de enero, Día de Irlanda, ocupan más espacio en su diario que las operaciones militares de combate. La semana previa a la marcha al frente se dedicó al turismo en Sevilla con el duque de Algeciras, y en Trujillo, donde recibió una “ovation by people of train” (Diario de O’Duffy, 14/2/1937). Antes de la partida protagonizó ceremoniosas despedidas de las autoridades civiles, militares y religiosas. En definitiva, tal como se desprende de sus diarios personales y de su selección de hechos en Crusade in Spain, sus prioridades no parecieron centrarse en la marcha del adiestramiento o en las necesidades de sus soldados. Algunas de las pocas y escuetas referencias al desarrollo de la instrucción son frases sintéticas y distantes como: “Preparing for front” o similares anotaciones (Diario de O’Duffy 15/2/1937). Posteriormente, una vez la Bandera marchó al frente, O’Duffy también siguió sus avatares desde cierta distancia. En las cinco semanas en Ciempozuelos hizo seis visitas, y solo cuatro en las cinco semanas de La Marañosa. Una vez entrados en batalla, O’Duffy añadió a sus ocupaciones la organización de funerales solemnes para los caídos, que se oficiaban en Cáceres y también se replicaban en Irlanda, constituyendo un recordatorio ante la opinión pública irlandesa de la cruzada que lideraba O’Duffy sin el apoyo de su gobierno.
Por esto, no extraña que McCabe acabara muy decepcionado con O’Duffy. En abril llegó a la conclusión de que su único interés era formar un gobierno blueshirt en Irlanda por la fuerza armada “if there was no other way” (Diario 21/4/1937, Fanning 2019: 172), y la conversación con el general unos días después no mejoró esta percepción, cuando este le confesó con cinismo que la Brigada prestaría un servicio mejor si formara una banda musical y fuera de gira propagandística por España (Diario 1/5/1937, Fanning 2019: 175). Otras impresiones que sacó de O’Duffy apuntan a que no tenía gran conocimiento de la vida y costumbres de España, ni deseo alguno de aprender; que ignoraba la dinámica de la guerra moderna y le faltaba iniciativa, y aún pensaba que la mejor táctica para Franco habría sido la emboscada; que no tenía intención de arriesgar la vida de sus hombres y ni de sacrificarse por la causa franquista. También acentuaba los modales bruscos y la indiscreción del general — en una ocasión McCabe le expresó una crítica sobre Yagüe en tono confidencial, y esta acabó llegando a oídos del “Carnicero de Badajoz”. Pero quizá la conclusión más significativa que sacó de O’Duffy fuera su capacidad para autoengañarse. Menciona una anécdota en la que, en una entrevista personal, Franco le preguntó a O’Duffy sobre sus experiencias como mando militar, y este, con ingenua presunción, le contestó que una vez había mandado hasta un millón de hombres. Franco se interesó por los detalles, y O’Duffy replicó con orgullosa candidez: “at the Eucharistic Congress in Dublin” (Diario 1/5/1937, Fanning 2019: 178).
Conclusión
En el momento de escribir sus diarios de 1937, McCabe se mostraba más partidario del bando sublevado que del republicano – si bien experimentó reservas que fueron creciendo con los años –, y como irlandés le enorgullecía que sus compatriotas se hubieran embarcado para luchar por esta causa. Pero, a pesar de esta inicial orientación, McCabe acabó convencido de que la Brigada había sido un fiasco, que los oficiales – empezando por O’Duffy – no habían invertido suficiente tiempo en el frente, y que no tenían la formación ni el conocimiento del entorno necesarios. Apoyándose en testimonios como el de Arturo O’Ferrall, oficial de confianza de O’Duffy, quien declaró que los oficiales irlandeses “couldn’t read a map, know nothing about triangulation or range-finding and some of them couldn’t understand how a shell could be fired directly to a target out of sight” (Diario 1/9/1937, Fanning 2019: 179-80), McCabe fue consciente de que el responsable principal de tales carencias era O’Duffy, y de que este había defraudado al bando franquista cuando le convenció de que la Bandera irlandesa estaba preparada para el combate.
The Salamanca Diaries, el estudio y comentario de los diarios del sacerdote Alexander McCabe llevado a cabo por Tim Fanning, constituye una fuente valiosa para aportar perspectivas inéditas de la aventura irlandesa de O’Duffy y sus hombres, y una clarividente evaluación de los hechos contemporáneos. Fanning rescata textos que permanecen ocultos en unos cuadernos de difícil acceso y aún más ardua transcripción, considerando la caligrafía bastante ilegible del sacerdote. También es muy de apreciar su selección y contextualización de los pasajes más relevantes, pues de nuevo los diarios en su forma original extienden cada entrada con un despliegue verbal que acaso pudiera considerarse inmoderado. En todo caso, este estudio resulta un instrumento muy valioso para documentar diversos aspectos de los avatares de la Brigada irlandesa que contradicen o complementan el relato de O’Duffy en Crusade in Spain, o que ofrecen una perspectiva de la intrahistoria de esta formación difícilmente conocible por otras fuentes.
Notas
[1] El libro de O’Duffy ha permanecido inédito en España hasta 2021. El presente artículo adapta y desarrolla el estudio preliminar de esta edición crítica y traducción al castellano (Villar Flor 2021: 9-62).
[2] Soler Parício explica que los blueshirts adoptaron cuatro identidades sucesivas: Army Comrades Association desde febrero de 1932, National Guard desde julio de 1933, Young Ireland Association desde noviembre de 1933, y League of Youth, a finales de 1933 (2018: 40).
[3] Los historiadores lo identifican con el conde Ramírez de Arellano, apoyándose en el testimonio de Liam Walsh, secretario de O’Duffy (Bowyer Bell 1969: 148, Keogh 2005: 268, Stradling 1999: 7, McGarry 2009: 284-87, Soler Parício 2018: 235), si bien no existe más información sobre este personaje fuera de la fuente original.
[4] Stradling reduce el número a cinco mil, aunque admite que, considerando la población de Irlanda de entonces, la densidad de respuesta fue muy alta (Stradling 1999: 25).
[5] Hoy en día las fuentes siguen sin alcanzar un acuerdo sobre el número de atentados de odio religioso, perpetrados, sobre todo, en los primeros meses de la guerra, pero acaso los datos más fiables apuntan a que, de las cincuenta mil víctimas de la represión en la zona republicana, unas siete mil pertenecían al censo eclesiástico; en concreto: 12 obispos, 4.159 presbíteros, 2.365 religiosos y 283 monjas. Las iglesias o ermitas que sufrieron daños están en torno a 20.000 (Albertí 2008: 257, 432).
[6] Este es el caso de Maurice Fennell, quien mantenía que el ideal republicano había sido traicionado por los mismos republicanos que miraron para otro lado ante “revolutionary strikes, and anticlerical outrages … churches were desecrated, and burned to the ground. Bodies of Priests, and Nuns, were exhumed, and inhumanly”. Por su parte, Tom Hyde decidió abandonar su negocio y partir hacia España a la edad de treinta y siete, movido por su indignación ante tales relatos (Stradling Papers P13/45 y 103).
[7] Para un estudio minucioso del apoyo de la Iglesia católica irlandesa a la iniciativa, ver Soler Parício 2018: 107-30.
[8] Para una interesante comparación entre los respectivos líderes de ambos contingentes irlandeses, O’Duffy y Frank Ryan, véase Lázaro (2020: 29-35).
[9] Según McGrath (2018), unos diez irlandeses murieron durante la campaña, y veintiún más lo hicieron posteriormente a consecuencia de las heridas sufridas.
[10] Para un desarrollo más extenso de los hechos principales de la estancia de la Bandera irlandesa en España, véase Villar Flor (2021: 9-48).
[11] El personal sanitario de la Bandera estaba formado por el capitán médico Dr. Peter O’Higgins, el Dr. James Freeman, el Dr. Kearns, y los auxiliares Leo McCloskey, James Roche, y J. Bergin. Es posible que fuera Freeman quien se quejara del “timo”, a la luz de declaraciones posteriores contenidas en AGMAV 2305,10,62.
[12] Otros testimonios adicionales que coinciden con esta apreciación se recogen en el documental televisivo “Even the Olives are Bleeding”, realizado en 1976 por la cadena irlandesa RTE, que incluía entrevistas con testigos locales de Cáceres, quienes testimoniaron cómo los irlandeses eran muy poco disciplinados y a menudo se emborrachaban y causaban altercados (Dorney 2018).
[13] Con todo, entre los testimonios de los voluntarios de la Brigada hubo quienes manifestaron su satisfacción por haber tomado parte en la campaña. Así, Matt Beckett declaró que “we saw it as a gesture of Ireland’s gratitude to Spain for what Spain had done for Ireland in past. The cynic might well say – ‘Both efforts were failures’. We did not feel that way.”; y Maurice Fennell concluye sus memorias afirmando que “we may not have had any great effect on the outcome of the War, but we played our part, to the best of our ability … [and] in so doing we repaid, in a small way at least, part of our long-standing debt to Spain”. Por su parte, Joseph A. O’Cunningham, brigada de la compañía C, organizó en 1946 un homenaje a los diez años de su “departure for the Battle Field of Christ”, con una misa por los caídos y posterior visita a la tumba de O’Duffy: “Let us all […] keep still noble the memory of the men who formed the most memorable military crusade in Irish History” (Stradling Papers, P13/ 29, 45 y 19). Años después O’Cunningham escribiría dos opúsculos con sendos relatos del paso de los irlandeses por España, uno de ellos en verso (O Cuinneagáin 1975 a y b).
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