Marisol Morales-Ladrón
University of Alcalá de Henares, Spain

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Brooklyn de Colm Tóibín

Traducción de Ana Andrés Lleó

Barcelona: Debolsillo, 2011

ISBN: 978-84-9989-048-7

Acaso haya sido la atracción por España de este irlandés errante, y emigrante en lugares tan distintos como nuestro propio país, Argentina o EEUU, lo que ha contribuido a su enorme popularidad y a que su obra se haya traducido a tantos idiomas, tan rápidamente. Tóibín es el único autor irlandés contemporáneo cuya producción se ha vertido al español casi en su totalidad. Desde sus primeras novelas, El Sur – del original The South (1990 ) –, El brezo en llamas – traducción de The Heather Blazing(1992) – o Mala sangre: peregrinación a lo largo de la frontera irlandesa – traducción de Bad Blood: A Walk Along the Irish Border (1994) –, las siguientes, ya como encumbrado escritor, correrían la misma suerte. Así, El faro de Blackwater – traducción de The Blackwater Lightship (1999) –, Crónicas de la noche – traducción de The Story of the Night (1996) –, The Master: Retrato de un novelista adulto – traducción de The Master (2004) – y Brooklyn, traducida ahora para la editorial Debolsillo por Ana Andrés Lleó, entre otras, han contribuido a la solidificación de la fama de Tóibín allende sus fronteras. Colm Tóibín, que inició su carrera literaria tras experimentar con el periodismo, es un escritor de indudable talla internacional y una de las voces más destacadas de la literatura irlandesa actual. Ha sido galardonado con una gran cantidad y diversidad de premios literarios, y la novela que ahora nos ocupa, Brooklyn (2009), no es una excepción. Nominada para el premio Booker el mismo año de su publicación, ganó el prestigioso premio Costa en 2010 – conocido como “Whitbread Book Award” hasta el año 2006 – y quedó seleccionada un año después para el premio internacional de Dublín, el IMPACT, que se concede a obras de alto calado literario.

Inspirada en una historia real que Tóibín oyó accidentalmente en una conversación que tuvo lugar durante los días que siguieron al velatorio de su padre, cuando sólo contaba con doce años, Brooklyn narra una peculiar historia de emigración forzada a los Estados Unidos. La protagonista, Eilis, empujada primero por su familia y, a su regreso, por el rechazo moral de su comunidad, es el medio del que se sirve Tóibín para ofrecer una visión tan renovada como provocadora de los mitos que tradicionalmente se han asociado a la diáspora irlandesa. La discreta vida de la joven Eilis en el pequeño pueblo de Enniscorthy – en el condado de Wexford, donde el mismo Tóibín creció –, a principios de los años 50, en una época de recursos económicos limitados y en una familia que dirige sus actos son los pilares sobre los que se edifica un entramado de circunstancias que inexorablemente llevará a la protagonista a la emigración. En una casa gobernada por mujeres – su madre y hermana mayor – después de que la muerte de su padre obligara a sus tres hermanos a emigrar a Gran Bretaña desde donde poder enviar “dinero para los extras” (19), Eilis se debate entre una realidad que le ofrece posibilidades poco comunes para una joven de vida tan modesta. Mientras sus amigas han aprendido pronto a hacerse valer ante los chicos, especialmente los que tienen medios y un futuro prometedor, ella aspira a terminar sus estudios de contabilidad y a encontrar un trabajo mejor que el que tiene los domingos, en la tienda de la avara señorita Kelly.

La escasez de recursos económicos, la falta de trabajo y las pocas salidas que tenían las mujeres son motivaciones suficientes para que tanto su hermana como su madre manden a Eilis a Estados Unidos, con billete sólo de ida, donde le espera un trabajo en unos grandes almacenes y nuevas oportunidades. Como figura mediadora entre ambas culturas emerge el padre Flood, un sacerdote irlandés afincado en EEUU, quien asegura a la familia que no deben temer nada, pues: “Algunas zonas de Brooklyn … son como Irlanda. Están repletas de irlandeses” (34). Efectivamente, la Gran hambruna que asoló a Irlanda a mediados del siglo XIX y la consecuente diáspora irlandesa a diferentes lugares del mundo, aunque especialmente al continente americano, no puede entenderse sin el papel de la iglesia católica. La edificación de iglesias en torno a comunidades de emigrantes irlandeses se convirtió en práctica común, ya que su función no era sólo de orden religioso, moral y educativo sino especialmente de preservación de una identidad y de unos valores acordes con la moralidad católica y con el sentir irlandés que, especialmente en EEUU, les permitía distanciarse del Puritanismo americano. La construcción “católico-irlandés” cobra en este contexto mayor sentido, ya que se utilizó para asentar las bases del ideario de la nación, “la Madre Irlanda”, portadora de valores como la piedad, la familia o la comunidad. Con el objetivo de re-plantear y re-visar esta visión idealizada de la diáspora irlandesa, la novela de Tóibín destruye, uno a uno, todos y cada uno de los mitos que la han sustentado, empezando con el mismo padre Flood, cuyo acento híbrido “medio irlandés, medio americano” (33) acoge precisamente las posibilidades que encarna esta asimilación de culturas.

Es el padre Flood quien subvenciona parte del viaje de Eilis a EEUU, le busca un trabajo, un lugar seguro donde hospedarse y posteriormente le ayuda a ingresar en el Brooklyn College para que continúe sus estudios, convirtiéndose en la primera mujer irlandesa que asiste a clase. Y lo mismo ocurre con su casera irlandesa, la señora Kehoe, una mujer gruñona que le da la mejor habitación para que tenga más espacio, más libertad y más tranquilidad para estudiar. En claro contraste con el resto de huéspedes, mujeres inmigrantes prototípicas – algunas de ellas, irlandesas –, Eilis no llega a encajar en este microcosmos, falsa réplica de su país natal. En tales circunstancias, no sorprende que acabe iniciando una relación sentimental con el Italiano Tony, cuyo nivel de honestidad y buenas intenciones contrastan enormemente con las de otros hombres que merodean al resto de las chicas casaderas de la pensión. Cuando finalmente Tony la seduce con el único propósito de asegurar su matrimonio, y ella accede a dar un paso del que no está convencida, pero que la vinculará para siempre a EEUU, su incapacidad para aprovechar las oportunidades que se le han presentado y su inacción se tornan irreversibles.

A nivel formal, el aspecto más relevante de la novela de Tóibín es su magistral uso de una voz narrativa intimista, que continuamente guía al lector por caminos inciertos y equivocados, tornando la narración en un proceso constante de descubrimiento y revelación de matices e interpretaciones alternativas. Así, con la intención de cuestionar estereotipos simplistas sobre los inmigrantes, la novela inicialmente muestra los peligros y riesgos que conlleva que una joven como Eilis emigre a un país tan lejano y desconocido, para posteriormente hacer a la protagonista beneficiaria de oportunidades que, de tan poco comunes, llegan a resultar inverosímiles. Si bien la horrenda y dramática descripción del larguísimo viaje en barco sigue la línea realista de otras novelas sobre la diáspora, como las de Joseph O’Connor, Star of the Sea (2002) o Redemption Falls (2007), y durante el cual la compañera de camarote alerta a Eilis de que su maleta es “demasiado irlandesa, y [que] ellos paran a los irlandeses” (67), ni esta premonición se ve cumplida, ni tampoco las penurias que continuamente parecen anticiparse. De hecho, es la noticia del repentino fallecimiento de su hermana lo que rompe la calma de su estancia, y la obliga a volver a su tierra para cuidar de su madre, como le corresponde ahora que es hija única. Será la imposibilidad de (re)integración en su comunidad, erigida como juez y guardián de su moralidad, lo que la empuje de vuelta a EEUU para cumplir con sus deberes de esposa, revirtiendo así el mito del ansiado retorno al hogar.

En Estados unidos, su nuevo hogar, aunque liberada de las obligaciones familiares y de la estrechez de miras de sus convecinos, tendrá que reinventarse para encajar en una realidad de identidades híbridas, pues “Brooklyn cambia día a día…. Llega gente nueva y pueden ser judíos, irlandeses, polacos e incluso de color” (79).  Finalmente, posicionada entre dos comunidades de valores culturales irreconciliables, Eilis toma conciencia de su propia dislocación y siente: “como si fuera dos personas, una que había luchado contra dos fríos inviernos y muchos días duros en Brooklyn y se había enamorado allí, y otra que era la hija de su madre, la Eilis que todo el mundo conocía, o creía conocer” (273). En definitiva, en una época en la que las mujeres no eran dueñas de sus vidas, sino que sus destinos venían marcados por las expectativas familiares y por los deberes para con la comunidad, Eilis, víctima pasiva del destino, deberá aprender que el hogar es más un espacio recreado en la mente que un lugar real donde todos los deseos pueden cumplirse.

La elaboración de esta reseña ha sido financiada por el Proyecto de investigación FFI2011-23941, concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación.